jueves, 3 de julio de 2008


Paralingüística aplicada.


Todo era silencio, parecía que solo de almas estaba lleno el lugar, sin embargo de tanta gente allí dentro era hasta difícil respirar en paz. Ya sea por las dudas, temores o pánicos adquiridos por aquel insoportable enigma a descifrar, que en las mentes de aquellos jóvenes era comparable con el enigma mismo del universo, los rostros se transformaban de apacibles estudiantes a sicóticas personas hambrientas de una respuesta inmediata que les abriera la puerta de salida de aquella tortura mental.
La impotencia se acrecentaba de solo pensar que en aquel papelucho que en su mano tenía aquella mujer sentada frente la clase estaba la respuesta y tras ella la ventana que reflejaba el deseo de estar fuera de aquella habitación.
La postal reflejaba sacrificio y era increíble; pares de manos llegaban a la frente y se quedan allí como tratando de exprimir los nulos conocimientos, otras directo a la cabeza rascando sin cesar, algunas llegaban a un costado de la cabeza masajeando la sien y bajando llevaban consigo jirones de piel arrastrados por la desesperación, unas pocas (pero no inexistentes) tocaban las barbillas en un vaivén sin igual. Los ojos se cerraban y se volvían a abrir incansablemente mirando hacia el techo, el ceño se fruncía y las cejas iban hacia arriba. Las bocas mordían sus labios y casi mecánicamente se entornaban los ojos reflejando la inmensa intranquilidad del alma.
Todo era angustia. Ya el tiempo terminaría y la respuesta de la única pregunta del examen sería un misterio para todos.
De pronto una cabeza concentrada en el enigma se toma un descanso irguiéndose y rotando en su eje para relajar las tensiones. Distraída por el deseo de terminar, mira hacia la ventana y casi sin dar crédito a sus ojos observa una figura; el mecenas; su salvador; el único que puede poner sus ojos en aquel preciado papel símbolo del triunfo. Hecha un vistazo hacia el joven que ahora lo mira, fija sus ojos en él para obtener su atención e inmediata y velozmente lanza una mirada a la mujer mientras levanta las cejas y vuelve a contemplar al joven. Este observa ambos lados del pasillo, se acerca aún más a la ventana mirando el papel, levanta la vista al igual que su mano derecha y percibe que todas las miradas de los estudiantes contemplan y esperan de manera disimulada e imperceptible su señal. Con su mano derecha a lo alto de su rostro despliega únicamente el dedo índice y lo comienza a balancear de un lado hacia el otro, magnifico gesto que se graba en la mente, y cumplido su deber desapareció de la ventana cual fantasma.
Las miradas empezaron a cruzarse unas con otras, heridas en su orgullo, decepcionadas de si mismas, cada rostro reflejaba la ignorancia pura, su respuesta estaba dicha era un NO tan rotundo como su sorpresa, y al decir verdad como su estupidez.




1° premio Victoria Ocampo 2002

miércoles, 2 de julio de 2008

hoy en el final del dia...

Hoy en el final del día falta una ficha en el tablero, y me doy cuenta que el mañana se empieza a forjar de ausencias. Y lejano se escucha el eco de un cuervo.
Hoy en el final del día me falta una pieza, que me va a faltar toda la vida!
Y el eco de un cuervo retumba en mis oídos.
¡Qué revés éste, que me tira al suelo y me estaquea! Y la niña que yo era dice a gritos:
-Quiero devuelta lo que me han quitado, quiero devuelta lo que ya no es mío, quiero aquí a mi lado lo que no congela el frío. -

Hoy, aquí, en el final del día te recuerdo como me encanta recordarte.
Y el eco de un cuervo me roba la alegría.
Aquí, en el final del día, me doy cuenta que aprendí a caminar como a pedir perdón, y espera lo mismo; lástima que la vida jamás pide disculpas. Y las palabras del cuervo me sentencian a la agonía.
Que mínimo instante roba el futuro! Que insignificante segundo puede dar tremenda bofetada! Y el eco de un cuervo inmortalizarla.
Ya sin nada, miro atrás tratando de comprender qué fue lo que no hicimos, qué mirada equivocamos, qué cábala rompimos, qué paso en falso dimos? Y en lo rotundo del cuervo no hay respuestas.
Aquí en el final del día piso tambaleando, indefensa y desarmada, con la sombra de dos palabras a mis espaldas.